lunes, 8 de febrero de 2010

Por mí, por todos mis compañeros y por mí el primero

 

los-rodriguez 

 

Vivía en un barrio más allá de las vías, un árido conglomerado de bloques tan mastodónticos que le hacían sentir aún más diminuto, vulnerable como en el patio del colegio a merced de los matones del recreo. Los días empezaban y terminaban con los terremotos artificiales de los trenes que llevaban a cualquier otro sitio lejos de aquél lugar en el que sólo se atrevían a crecer las malas hierbas. Los sábados los pasaba jugando con otros chicos del barrio. A veces a “policías y ladrones”, otras al “escondite inglés”, las más de las ocasiones a la pelota en sus más diversas variantes y, muy de vez en cuando, al “escondite”.

En eso era en lo único en lo que era el mejor de todo el barrio. Era capaz de estar en el mejor escondite durante el tiempo suficiente sin que nadie le encontrara, agazapado, esperando, conteniendo la respiración, midiendo el paso del tiempo por el número de trenes que atronaban al otro lado, calculando cuántos habían sido descubiertos antes que él. Y en el momento preciso, salir raudo en dirección a la pared para gritar “Por mí, por todos mis compañeros y por mí el primero”, sintiéndose el más importante del universo por haber logrado al resto de chavales de las cadenas impuestas por el cazador al que le tocaba aquella ocasión. Le gustaba imaginar que cada vez que pronunciaba ese sortilegio retrasaba, aunque sólo fuera un poco, su crecimiento, que prolongaba la niñez en aquél barrio sórdido.

Sólo hubo una ocasión en la que no logró llegar el primero a la pared y gritar con toda su capacidad pulmonar aquel mantra que los salvaría a todos. Y supo que todo su esfuerzo había sido en vano, que al no haber sido él quien repitiera las palabras mágicas, todo el tiempo que había conseguido arrebatar al crecer había caído de golpe sobre todos y cada uno de sus vecinos, alejándolos de los bocadillos de nocilla y las partidas de chapas, de los dibujos los sábados después de comer y de los campeonatos de peonza, de las eternas tardes de principio de verano cuando podían llegar a casa a la hora en la que asomaban las primeras luciérnagas.

mp3: Rosa León “Jugando al escondite”

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